¡Betis, Betis, ay, mi Betis!
Se acabó, Lopera. Vete ya. O nos iremos nosotros. Ni cuando perdió con el Utrera cayó el Betis más bajo que ahora
ALBERTO GARCÍA REYES
Día 21/06/2010 - 06.56h
Jamás desfalleceremos. Y en la negrura más desoladora volveremos a cantar la trilogía de Oselito. Betis, Betis, Betis. Ay, mi Betis. Porque la penuria nos consolida en la certeza de nuestra diferencia. Sigue quitando puntos a la literatura de nuestra supuesta desgracia. Un punto en este caso. Un gol. Un desenlace dramático en el último partido. Nosotros goleando, para mayor gloria de nuestra lírica. Maldita mala suerte, será el argumento de quienes hayan decidido arrojarse al falso romanticismo de la belleza de la derrota. Pero yo ya no juego. Lo escribí hace un año, cinco minutos después de lo del Valladolid, y lo repito ahora, aún con la hiel levantina horadando mi paladar. Eso que sale al césped a dar patadas a un balón no es mi Betis. Es un engendro creado por un excéntrico que tiene miedo a la calle. Un dislate que agoniza amortajado entre billetes de oscura procedencia. Un sucedáneo de lo que un día fue la verdadera tragedia literaria de la cultura bética. Porque ni cuando perdió con el Utrera cayó el Betis —o lo que quede de él— más bajo que ahora. Y lo que nos queda. Nos queda la convicción de que a partir de hoy nos importa un bledo lo que ocurra en esos campos de dios. Ahora el partido clave se juega sobre la mesa de un despacho. Los béticos hemos aprendido a palos, como siempre, que el secuestrador de nuestros bienes materiales —los inmateriales no nos los quita ni la Unesco— es a partir de ahora nuestro eterno rival. Nuestro derbi. Hemos llenado el campo hasta tres veces seguidas a golpe de bolsillo en tiempos de crisis. Hemos invadido ciudades para clavar sobre sus oteros la bandera verdiblanca. Hemos arrastrado a eso que por corrección política seguimos llamando equipo hasta el fragor de la esperanza. Lo hemos dado todo. Y eso es lo que nos apropia del Betis. Que damos lo que no tenemos mientras que su dueño sólo da lo que le exige la Guardia Civil. Y de tanto dar, nos lo han quitado todo. Ya no nos queda ni el consuelo del manque pierda. Nos han prohibido a Gordillo y a Cardeñosa. Nos han arrebatado a O'Connell y Unamuno. Se han llevado a don Benito Villamarín. No han dejado nada de lo que somos. Pero ya no queremos perder más en estas condiciones. Queremos perder como a nosotros nos dé la gana. No como decida un señor oscuro desde la negrura de su caja fuerte.
El Betis, manque Lopera, ha de seguir siendo una referencia en el balompié europeo. Su gente lo avala. Cincuenta mil personas en Segunda mientras hay campos con apenas diez mil en Primera. Y si al que lo regenta no le importa eso, si su vocero sigue gritando mamarrachadas sin ton ni son, si su hombre de paja sigue exhibiendo la cuchara en el palco, los béticos tenemos que empezar a aprender que es hora de dejarlos solos. Se acabó, Lopera. Vete ya. O nos iremos nosotros. A partir de hoy no cabemos todos en este sueño que nos despedaza la vida inexplicablemente. Si de verdad eres bético, devuélvenos lo que te has llevado.
Se acabó, Lopera. Vete ya. O nos iremos nosotros. Ni cuando perdió con el Utrera cayó el Betis más bajo que ahora
ALBERTO GARCÍA REYES
Día 21/06/2010 - 06.56h
Jamás desfalleceremos. Y en la negrura más desoladora volveremos a cantar la trilogía de Oselito. Betis, Betis, Betis. Ay, mi Betis. Porque la penuria nos consolida en la certeza de nuestra diferencia. Sigue quitando puntos a la literatura de nuestra supuesta desgracia. Un punto en este caso. Un gol. Un desenlace dramático en el último partido. Nosotros goleando, para mayor gloria de nuestra lírica. Maldita mala suerte, será el argumento de quienes hayan decidido arrojarse al falso romanticismo de la belleza de la derrota. Pero yo ya no juego. Lo escribí hace un año, cinco minutos después de lo del Valladolid, y lo repito ahora, aún con la hiel levantina horadando mi paladar. Eso que sale al césped a dar patadas a un balón no es mi Betis. Es un engendro creado por un excéntrico que tiene miedo a la calle. Un dislate que agoniza amortajado entre billetes de oscura procedencia. Un sucedáneo de lo que un día fue la verdadera tragedia literaria de la cultura bética. Porque ni cuando perdió con el Utrera cayó el Betis —o lo que quede de él— más bajo que ahora. Y lo que nos queda. Nos queda la convicción de que a partir de hoy nos importa un bledo lo que ocurra en esos campos de dios. Ahora el partido clave se juega sobre la mesa de un despacho. Los béticos hemos aprendido a palos, como siempre, que el secuestrador de nuestros bienes materiales —los inmateriales no nos los quita ni la Unesco— es a partir de ahora nuestro eterno rival. Nuestro derbi. Hemos llenado el campo hasta tres veces seguidas a golpe de bolsillo en tiempos de crisis. Hemos invadido ciudades para clavar sobre sus oteros la bandera verdiblanca. Hemos arrastrado a eso que por corrección política seguimos llamando equipo hasta el fragor de la esperanza. Lo hemos dado todo. Y eso es lo que nos apropia del Betis. Que damos lo que no tenemos mientras que su dueño sólo da lo que le exige la Guardia Civil. Y de tanto dar, nos lo han quitado todo. Ya no nos queda ni el consuelo del manque pierda. Nos han prohibido a Gordillo y a Cardeñosa. Nos han arrebatado a O'Connell y Unamuno. Se han llevado a don Benito Villamarín. No han dejado nada de lo que somos. Pero ya no queremos perder más en estas condiciones. Queremos perder como a nosotros nos dé la gana. No como decida un señor oscuro desde la negrura de su caja fuerte.
El Betis, manque Lopera, ha de seguir siendo una referencia en el balompié europeo. Su gente lo avala. Cincuenta mil personas en Segunda mientras hay campos con apenas diez mil en Primera. Y si al que lo regenta no le importa eso, si su vocero sigue gritando mamarrachadas sin ton ni son, si su hombre de paja sigue exhibiendo la cuchara en el palco, los béticos tenemos que empezar a aprender que es hora de dejarlos solos. Se acabó, Lopera. Vete ya. O nos iremos nosotros. A partir de hoy no cabemos todos en este sueño que nos despedaza la vida inexplicablemente. Si de verdad eres bético, devuélvenos lo que te has llevado.