Antonio Tapia, una nueva víctima de un Betis en el que reina la desidia
Tomás Furest
Una jornada menos y dos puntos más lejos del descenso. Al Betis se le escapa el objetivo sin que nadie reaccione de verdad. Los jugadores, los auténticos culpables del ridículo hecho en los Pajaritos, dicen que hay que cambiar algo. Ellos, claro está, intentan desviar el foco de atención hacia el banquillo. Saben que la cuerda se rompe siempre por el sitio más débil y prefieren servir en bandeja de plata la cabeza de Antonio Tapia antes de que empiecen a rodar las suyas por el vestuario. Lopera y sus consejeros, como siempre, ni están ni se les espera. Nadie da la cara. Nadie pide perdón a los béticos por la humillación de Soria, la enésima esta temporada. El Consejo de Administración sólo se preocupa, como los jugadores, de salvar el pellejo, de seguir en la poltrona con la esperanza de que cambie el viento para poder aparecer en la foto del ascenso. Queda mucho tiempo, dicen algunos, como si el problema del Betis fuera a solucionar el calendario por arte de magia.
Hasta los ciegos ven que si el Betis está vegetando en Segunda es por culpa de la pandilla de inútiles que lo dirige. No hay club, no hay autoridad. Nadie respeta a nadie. La palabra compromiso se alejó hace mucho tiempo de Heliópolis. Cuando alguien llega con ganas de cambiar las cosas, como le ocurrió a Antonio Tapia, no tarda mucho en darse cuenta de que va a ser una nueva víctima de este Betis que devora entrenadores y jugadores de manera vertiginosa. Todos pierden a las pocas semanas la autoestima, la confianza, la ilusión, y deciden adoptar la misma política de supervivencia que a otros les ha servido para seguir cobrando todos los meses aunque no jueguen o lo hagan muy mal cuando les toca salir. En el Betis hace muchos años que todo da igual.
Lopera intenta dar un golpe de efecto fichando a Juande Ramos, el entrenador al que un día dejó ir, como a otros, por celos. El manchego se hizo después grande en el eterno rival. La afición sevillista lo echa de menos. No olvida que con él en el banquillo llegaron cinco títulos al Sánchez Pizjuán. La mayoría lo cambiaría sin pensárselo por Manolo Jiménez. El dueño del Betis está acorralado y quiere que Juande Ramos sea su tabla de salvación. Lo que le ha negado a Tapia en forma de refuerzos está dispuesto a dárselo al nuevo entrenador. Si Juande aceptara, el cambio sería inmediato. Pero Ramos conoce bien al Betis y a Lopera y no firmará si no están las cosas muy claritas. Sabe que puede ser una nueva víctima si no llega con las manos libres para hacer lo que hay que hacer: limpieza general a fondo.
Estadio Deportivo edición impresa, martes 12 de enero de 2010.
Tomás Furest
Una jornada menos y dos puntos más lejos del descenso. Al Betis se le escapa el objetivo sin que nadie reaccione de verdad. Los jugadores, los auténticos culpables del ridículo hecho en los Pajaritos, dicen que hay que cambiar algo. Ellos, claro está, intentan desviar el foco de atención hacia el banquillo. Saben que la cuerda se rompe siempre por el sitio más débil y prefieren servir en bandeja de plata la cabeza de Antonio Tapia antes de que empiecen a rodar las suyas por el vestuario. Lopera y sus consejeros, como siempre, ni están ni se les espera. Nadie da la cara. Nadie pide perdón a los béticos por la humillación de Soria, la enésima esta temporada. El Consejo de Administración sólo se preocupa, como los jugadores, de salvar el pellejo, de seguir en la poltrona con la esperanza de que cambie el viento para poder aparecer en la foto del ascenso. Queda mucho tiempo, dicen algunos, como si el problema del Betis fuera a solucionar el calendario por arte de magia.
Hasta los ciegos ven que si el Betis está vegetando en Segunda es por culpa de la pandilla de inútiles que lo dirige. No hay club, no hay autoridad. Nadie respeta a nadie. La palabra compromiso se alejó hace mucho tiempo de Heliópolis. Cuando alguien llega con ganas de cambiar las cosas, como le ocurrió a Antonio Tapia, no tarda mucho en darse cuenta de que va a ser una nueva víctima de este Betis que devora entrenadores y jugadores de manera vertiginosa. Todos pierden a las pocas semanas la autoestima, la confianza, la ilusión, y deciden adoptar la misma política de supervivencia que a otros les ha servido para seguir cobrando todos los meses aunque no jueguen o lo hagan muy mal cuando les toca salir. En el Betis hace muchos años que todo da igual.
Lopera intenta dar un golpe de efecto fichando a Juande Ramos, el entrenador al que un día dejó ir, como a otros, por celos. El manchego se hizo después grande en el eterno rival. La afición sevillista lo echa de menos. No olvida que con él en el banquillo llegaron cinco títulos al Sánchez Pizjuán. La mayoría lo cambiaría sin pensárselo por Manolo Jiménez. El dueño del Betis está acorralado y quiere que Juande Ramos sea su tabla de salvación. Lo que le ha negado a Tapia en forma de refuerzos está dispuesto a dárselo al nuevo entrenador. Si Juande aceptara, el cambio sería inmediato. Pero Ramos conoce bien al Betis y a Lopera y no firmará si no están las cosas muy claritas. Sabe que puede ser una nueva víctima si no llega con las manos libres para hacer lo que hay que hacer: limpieza general a fondo.
Estadio Deportivo edición impresa, martes 12 de enero de 2010.
