Por Jorge Liaño
No resulta fácil explicar lo que le ha ocurrido al Betis en el Bernabéu. Vale que el Real Madrid te arrolle. Vale que haya Liga. Incluso vale tener un mal día. Lo que no vale es arrastrarse por el campo. No es lo mismo perder de una forma normal, que perder encajando seis. A ciertos niveles del profesionalismo todo es importante, y defender con dignidad la camiseta es lo mínimo que se le puede exigir al futbolista independientemente de su nivel de acierto. Y al Madrid gracias. El pacto de no agresión del segundo tiempo fue la mejor noticia del partido. Podría haber sido peor.
Transmite el Betis la sensación de ser un equipo incapaz de sobreponerse al mínimo contratiempo. Calidad hay. Cuando las cosas salen según el guión previsto, los resultados pueden llegar contra cualquiera. Sevilla y Barcelona lo han comprobado. Pero como algo se tuerza, la plantilla se muestra incapaz. El futbolista más en forma del equipo, Sergio García, no estaba en condiciones de jugar. Sale Damiá, cuya temporada está siendo buena, y la actitud del Betis no es la misma. Se arruga en el Bernabéu y comprueba impertérrito, cómo le empiezan a caer los goles en cascada. Y encima no hay reacción. El equipo asume su manifiesta inferioridad sin rebelarse. El papel de pelele en manos de un equipo grande le va como a ese eterno actor secundario que nunca protagonizará una película, pero que con lo que tiene, le basta para vivir bien. Ese parece ser el problema de fondo. Llega Oliveira, se saca la cabeza con dos grandes partidos... y después no hay nada. Un mundo hasta los puestos que dan derecho a jugar en Europa y la sensación de que no hay tampoco mucho de lo que preocuparse cuando se mira hacia abajo. Y eso es peligroso. No sería el Betis el primer equipo que se cree exento de cualquier problema y que acaba pasándolas canutas. Al fin y al cabo, aunque tenga mejor plantilla, tampoco es excesivamente superior a nadie. Simplemente hay calidad. También la tenía el Betis del 2000. También la tenía el Zaragoza del año pasado. Ojo.