El Betis de Lopera se ha convertido en un club sin opción de progreso, con una imagen antipática, opuesta a la que le caracterizaba,
que margina la historia previa al 30 de junio del 92, con una plantilla que no para de perder valor y con un futuro proceloso. Hoy buena parte
del beticismo pedirá un nuevo rumbo en la gestión de su club. Hay motivos de sobra para hacerlo, puesto que una entidad otrora simpática
y entrañable se ha ido deteriorando tanto en innumerables aspectos que obligan a una reflexión profunda. Es la hora de un cambio pero está por
ver cuál será el sentido del mismo.
Anclado en el pasado. El Betis de Lopera mantiene una estructura de gestión similar a la de hace
17 años. El máximo accionista se resiste a ponerse al día y con él, el club. No se tienen en cuenta las innovaciones en el estudio de mercado,
rentabilidad económica, marketing, profesionalización de las áreas, delegación de responsabilidades y mejora de los recursos disponibles en
un club con una masa social tal que ofrece tantas posibilidades. Deterioro de la imagen. El discurso caduco de Lopera, sus amagos de
huida nunca completada, los esperpentos (busto, Hugo, jeque, viaje de Joaquín a Albacete...), la judicialización del día a día, la ausencia
del mandamás en los partidos, la dimisión de consejeros en los últimos años o las polémicas en las juntas de accionistas. El Betis ha pasado de ser el segundo equipo de buena parte de España a ser repudiado en muchos lugares que visita. Desprecio a la historia. El 92 no se ve desde la óptica de Lopera como un punto de inflexión, sino como una refundación. No hay Betis antes de esa fecha. De ahí el rechazo a mitos
indiscutibles que hoy no reciben ni siquiera un detalle por parte de la entidad. El Betis se ha peleado con los béticos y eso también se
refleja en ciertas actitudes protagonizadas por sus medios oficiales, que han contribuido a la fractura social. Devaluación deportiva. No
sólo el descenso a Segunda ha hecho perder valor a los activos de la plantilla bética, sino que éstos, de por sí, se diluyen en su
importancia. No es casual que los que llegan con vitola de figuras acaben convirtiéndose en jugadores del montón y difíciles de colocar.
Futuro incierto. Con el equipo en Segunda y el beticismo dividido, urge el cambio.
Alfinaldelapalmera.com
que margina la historia previa al 30 de junio del 92, con una plantilla que no para de perder valor y con un futuro proceloso. Hoy buena parte
del beticismo pedirá un nuevo rumbo en la gestión de su club. Hay motivos de sobra para hacerlo, puesto que una entidad otrora simpática
y entrañable se ha ido deteriorando tanto en innumerables aspectos que obligan a una reflexión profunda. Es la hora de un cambio pero está por
ver cuál será el sentido del mismo.
Anclado en el pasado. El Betis de Lopera mantiene una estructura de gestión similar a la de hace
17 años. El máximo accionista se resiste a ponerse al día y con él, el club. No se tienen en cuenta las innovaciones en el estudio de mercado,
rentabilidad económica, marketing, profesionalización de las áreas, delegación de responsabilidades y mejora de los recursos disponibles en
un club con una masa social tal que ofrece tantas posibilidades. Deterioro de la imagen. El discurso caduco de Lopera, sus amagos de
huida nunca completada, los esperpentos (busto, Hugo, jeque, viaje de Joaquín a Albacete...), la judicialización del día a día, la ausencia
del mandamás en los partidos, la dimisión de consejeros en los últimos años o las polémicas en las juntas de accionistas. El Betis ha pasado de ser el segundo equipo de buena parte de España a ser repudiado en muchos lugares que visita. Desprecio a la historia. El 92 no se ve desde la óptica de Lopera como un punto de inflexión, sino como una refundación. No hay Betis antes de esa fecha. De ahí el rechazo a mitos
indiscutibles que hoy no reciben ni siquiera un detalle por parte de la entidad. El Betis se ha peleado con los béticos y eso también se
refleja en ciertas actitudes protagonizadas por sus medios oficiales, que han contribuido a la fractura social. Devaluación deportiva. No
sólo el descenso a Segunda ha hecho perder valor a los activos de la plantilla bética, sino que éstos, de por sí, se diluyen en su
importancia. No es casual que los que llegan con vitola de figuras acaben convirtiéndose en jugadores del montón y difíciles de colocar.
Futuro incierto. Con el equipo en Segunda y el beticismo dividido, urge el cambio.
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